Por David E. Azmitia
"Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo."
— Efesios 4:26
Pablo, el apóstol que pasó de perseguidor a pacificador, nos lanza un consejo que sigue siendo más actual que nunca: no te vayas a dormir enojado.
No importa si tenés entrenamiento táctico, cinturón negro o una mente brillante para debatir: si tu corazón está resentido, estás perdiendo.
El pasaje de Efesios 4:26 nos enseña dos cosas vitales:
Sentir enojo no es pecado.
La emoción es válida. Incluso Dios se enoja. Pero hay una línea clara: enojarse no debe llevarte a actuar con orgullo, desprecio, violencia o indiferencia.
Hay un tiempo límite para resolverlo.
Pablo no dice: “esperá que se le pase”. Dice: antes que el sol se ponga, arreglá el asunto. ¿Por qué? Porque el enojo sin resolver se transforma en resentimiento, y el resentimiento, en separación.
En la vida real, los conflictos no se resuelven con versículos bíblicos lanzados como proyectiles. A veces, el esposo está en modo cavernícola, o la esposa en modo glacial. Veamos cómo actuar con sabiduría y sin orgullo:
Dale espacio, pero no lo dejes solo emocionalmente.
No es lo mismo ignorar que respetar. Podés dejarle una nota, un mensaje o incluso una frase chistosa.
Recordale que su lugar está a tu lado.
Usá el humor si es parte de su lenguaje:
“El colchón se deprime cuando vos no estás.”
No lo provoqués más.
No es momento para decir: “Ya ves cómo sos”. Es momento de decir:
“Te amo. Aquí estoy cuando estemos listos para hablar.”
No lo tomés como castigo: tomalo como señal.
Su silencio o distancia es una forma de decir que está herida.
Invitala con humildad.
Un simple: “Perdón si te hice sentir mal. Quiero que durmamos juntos, aunque no todo esté resuelto” puede romper el hielo.
Usá el detalle que la derrite.
A veces es una caricatura, una mantita, una taza de té. Pequeños gestos, grandes resultados.
En Cantares 2:15 aparece una figura curiosa:
“Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas...”
En las relaciones, esas zorras pequeñas son:
los enojos que se guardan sin tratar,
los sarcasmos pasivo-agresivos,
los “no pasa nada” cuando claramente pasa algo
el orgullo de quien “tiene la razón”.
Una pareja fuerte no es la que no pelea, sino la que no permite que esas peleas crezcan sin control.
Como instructor de defensa personal, sé que los conflictos no se evitan; se entrenan para manejarlos.
En las relaciones, esto significa:
Tomar la iniciativa aunque no seas “el culpable”.
Dejar el orgullo fuera del cuarto.
Usar el humor como herramienta, no como burla.
Practicar el perdón como un músculo diario.
Acostarse enojados es abrir una grieta que, si se repite, puede convertirse en abismo. No importa quién empezó la pelea: importa quién ama lo suficiente como para terminarla bien.
Invitate mutuamente. Sed humildes. Reíte cuando podás. Pedí perdón cuando debás.
Y recordá: el verdadero enemigo no es tu pareja... es el orgullo que no te deja abrazarla antes de dormir.