📅 Publicado el 3 de agosto de 2025
✍️ Por David Azmitia
A lo largo de los años me he dado cuenta que hay una realidad que pocos se atreven a señalar: algunos pastores, heridos por el pasado o atrapados en el miedo a perder el control, se convierten en el mayor obstáculo para que otros florezcan en el ministerio.
Lo que alguna vez fue un corazón dispuesto a servir y levantar obreros, se vuelve un terreno de vigilancia, de celos disfrazados de "cuidado pastoral", y de una falsa idea de protección que asfixia el crecimiento espiritual.
Jesús dijo algo claro y contundente:
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.”
(Juan 12:24)
Esta es la ley del Reino: lo que no muere, no multiplica. Muchos pastores, en lugar de sembrar sus propios ministerios y permitir que otros florezcan desde la semilla de su enseñanza, quieren ser el árbol eterno, inamovible e intocable. Pero Jesús nos enseñó a ser grano de trigo, no piedra de tropiezo.
En el libro de Números, Moisés llegó a un punto en que ya no podía con la carga. Dios mismo le dijo:
“Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel... y tomaré del espíritu que está sobre ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo...”
(Números 11:16-17)
Dios no dijo: "Moisés, protégelo todo tú, no compartas la unción." Al contrario, Él repartió la carga y el espíritu. El liderazgo que no se multiplica se convierte en dictadura espiritual.
Cuando Josué quiso callar a Eldad y Medad porque profetizaban sin estar "en el campamento", Moisés respondió con una de las frases más poderosas para todo líder maduro:
“¿Tienes tú celos por mí? ¡Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos!”
(Números 11:29)
Un verdadero líder del Reino no teme perder poder, ¡desea que todos tengan el Espíritu!
El escritor de Hebreos advierte:
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.”
(Hebreos 12:15)
Cuando un pastor herido deja que la amargura crezca, se vuelve un estorbo —no sólo para él, sino para muchos. Se vuelve un filtro contaminado que todo lo interpreta con sospecha. Ya no ve discípulos, ve amenazas. Ya no ve el Reino, ve su terreno.
Muchos líderes ven con tristeza que ciertos miembros "se fueron" o "levantaron algo aparte", pero no todos los movimientos son divisiones. Algunos son multiplicación. La iglesia primitiva no se expandió por reuniones cómodas, sino por persecución, por salir, por sembrar.
“Y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente...”
(Hechos 6:7)
“Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio.”
(Hechos 8:4)
¿Y si lo que llamas "división" es en realidad la cosecha de tu siembra? ¿Y si estás frenando una generación de obreros por no dejar morir tu ego pastoral?
Pastor, si en tu corazón hay temor de perder el control, recuerda que Jesús no llamó a construir imperios personales, sino a hacer discípulos de todas las naciones.
Deja de retener lo que deberías liberar.
Deja de cuidar lo que deberías sembrar.
Deja de temer lo que deberías celebrar.
Tu legado no será medido por cuántos te siguieron, sino por cuántos enviaste.
“Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.”
(1 Corintios 3:7)
Ahora bien, tampoco se trata de soltar a cualquiera al ministerio como si fuera una carrera sin frenos. No todo el que dice “estoy listo” lo está. Un verdadero líder espiritual no solamente libera, también forma, moldea y confronta. La madurez no se improvisa, se demuestra. Muchos hoy confunden emoción con llamado, pero el que llama es Dios, no las ganas. Y quien confirma es el Espíritu Santo, no la ambición personal.
“Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.”
(Hebreos 5:4)
Por eso, los líderes deben estar dispuestos a decir: "todavía no", con amor, pero con autoridad. Y los discípulos deben tener la humildad de esperar, aprender y dejarse afilar como flechas en el aljaba de Dios.